La Red de Blogs Comunistas está traduciendo el libro Una visión marxista de la historia de Ceilán, de N. Shanmutathasan, de gran importancia para dar a conocer la historia de la lucha de clases en Sri Lanka y entender su situación en la actualidad.
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".
El autor se lo dedicó a su nieto, "con la esperanza de que algún día se adentre por el sendero de la revolución, pero evitando los errores que yo cometí en mi juventud por falta de una orientación correcta".
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CÁPITULO II: LA LLEGADA DE LOS EUROPEOS
“Hay en nuestra bahía de
Colombo una raza de gentes de piel blanca y lindo aspecto. Van ataviados con jubones
de hierro y tocados de hierro también; no paran quietos ni un minuto en un sitio;
caminan de aquí para allá; comen trozos de piedra y beben sangre; dan dos o
tres piezas de oro y plata por un pescado o una lima; la estampida de su cañón
es más fuerte que el trueno cuando restalla en la roca Yughandara. Sus balas de
cañón vuelan muchas gauvas[1] y
hacen añicos las fortalezas de granito”.
Así rezaba el informe enviado
al rey de Kotte, Vira Parakrama Bahu VIII, cuando los portugueses llegaron a
las afueras de Colombo el 15 de noviembre de 1505. Portugal fue uno de los
primeros países europeos en tener una presencia importante en Asia gracias al
descubrimiento de la ruta marítima hacia el Este. Llegaron en busca de especias
y Ceilán era, en ese momento, la principal fuente de canela. Su superior poderío
naval y el uso de la pólvora los hicieron irresistibles a los reyes que
entonces gobernaban la isla. La clave de su éxito contra los ejércitos nativos se
encuentra en la última frase del informe remitido al rey de Kotte y citado más
arriba: “Sus balas de cañón vuelan muchas gauvas
y hacen añicos las fortalezas de granito”.
Pero, con todo, no fue sólo
cosa de uno. Los portugueses se encontraron con una tenaz resistencia y no
consiguieron nunca conquistar toda la isla. Aunque el entonces rey de Kotte no
pudo oponerse a la petición de los portugueses de que se les concediera permiso
para construir un fuerte en Colombo y a pesar de que un rey posterior de Kotte,
Don Juan Dharmapala, tras su conversión al cristianismo, designó al rey de
Portugal como heredero suyo en 1580, la resistencia de otros reyes y príncipes
cingaleses continuó. De hecho, es en este periodo de la historia en el que se registran
algunas de las guerras más cruentas de los cingaleses contra los conquistadores
extranjeros procedentes de Europa. Las más famosas de
estas gestas fueron las guerras de resistencia que riñeron Mayadunne y su hijo
Rajasingha I contra los portugueses. La batalla más célebre, en la que
Rajasingha derrotó a los portugueses de modo decisivo, tuvo lugar en Mulleriya,
a 9 millas
de Colombo, en 1559. Otra fue la famosa aniquilación del ejército portugués por
Rajasingha II en 1638 en Gannoruwa, adonde se habían retirado los portugueses
después de saquear Kandy. Según se cuenta, sólo 38 europeos escaparon con vida para
contarlo.
El final del dominio
portugués no estaba lejos. Otra potencia europea, Holanda, había puesto ya sus
ojos en Ceilán, cuya importancia estratégica para estas potencias marítimas era
enorme, ya que se encontraba en el centro de las grandes rutas comerciales
hacia el Este desde Europa. Además, en Trincomalee, Ceilán poseía el mejor puerto
natural de todo Oriente, desde el que se podía controlar la bahía de Bengala y
el Océano Índico. En 1802, después de que los británicos conquistaran la isla,
Pitt el Joven la describió en el Parlamento como “la posesión colonial más
valiosa en el orbe... que da a nuestro imperio indio una seguridad de la que no
había disfrutado desde su primer establecimiento”. Trincomalee iba poseer esta
importancia estratégica hasta la aparición de la fuerza aérea como arma más
importante de nuestro tiempo. Además, como ya se ha señalado, el hecho de que
Ceilán fuese uno de los principales proveedores de canela de buena calidad de
todo el mundo fue en sí mismo un aliciente. En 1638 Rajasingha II de Kandy
firmó un tratado con los holandeses. Les prometió ciertos derechos comerciales
a cambio de ayuda para expulsar a los portugueses de Ceilán. El rey cingalés,
sin duda, pensó que podría utilizar las contradicciones entre esos dos grandes
rivales europeos en beneficio de su propio país, pero se equivocó.
El superior poderío marítimo
de los holandeses garantizó la derrota de los portugueses. El último reducto de
éstos en Ceilán, Jaffna, cayó en 1658. Los holandeses, a la sordina, ocuparon
el lugar de los portugueses, a pesar de todas las obligaciones que emanaban del
acuerdo. El rey cingalés resultó engañado.
El impacto de la dominación
portuguesa de Ceilán fue importante, pero no duradero. Trajeron consigo una
civilización totalmente nueva, una nueva religión –el catolicismo– y nuevos hábitos
y costumbres, tal como fielmente describía el primer informe de su llegada. Fueron
ellos quienes abrieron el camino a las relaciones y contactos con el más
avanzado Occidente. Pero el siglo y medio que duró su dominación sobre la mayor
parte del país, de la que se salvaron las zonas montañosas, fue terrible. Su
gobierno se caracterizó por la más salvaje persecución religiosa, que incluía
las conversiones forzosas y la destrucción de los lugares de culto de otras
religiones, y por una explotación intensa e inmisericorde del país, desprovista
de los refinamientos que los siguientes conquistadores, en especial los
británicos, iban a introducir más tarde. Tras ellos dejaron la más reaccionaria
de todas las religiones que a día de hoy se pueden encontrar en Ceilán: la Iglesia Católica.
También de los portugueses heredó Ceilán algunos de los nombres más frecuentes
de sus actuales habitantes, como Perera, Silva, Fernando, etc.
La ocupación holandesa de
Ceilán, que duró hasta 1796, careció comparativamente de incidentes. Su dominio
se ejerció sólo sobre las provincias marítimas. Su principal preocupación fue
la extracción de la mayor cantidad posible de canela de la isla. En aquel
tiempo, la mayor parte de la canela crecía salvaje en los territorios reales,
lo que implicaba que los holandeses debían estar en buenas relaciones con el
rey de Kandy. Los holandeses se centraron en el comercio. Además de la canela,
también establecieron un comercio de exportación de nuez de areca, elefantes, caracolas
(Turbinella pyrum), etc. Asimismo, cabe señalar que, por entonces, el arroz para el consumo local
se importaba de la India. También comenzó en esta época el cultivo de la pimienta
y el café, así como, a gran escala, el del coco.
Los holandeses introdujeron su
propio sistema de derecho en Ceilán y codificaron el derecho consuetudinario
del país tamil, el llamado Thesavalamai. A día de hoy, ambos siguen constituyendo
el sistema jurídico cingalés. Éste fue su mayor legado a Ceilán.
En varios aspectos, los
holandeses anticiparon muchas de las cosas que los británicos iban a implantar.
Fueron ellos quienes introdujeron los cultivos comerciales que los británicos convirtieron
en sistema económico. También crearon el sistema escolar, sobre el que los
británicos construyeron el suyo. Si los portugueses recurrieron a las conversiones
por la fuerza, los holandeses utilizaron el método más sutil de los incentivos
materiales. A los empleos gubernamentales sólo tenían acceso quienes estuvieran
bautizados. Los holandeses también demostraron cómo se podía hacer de la
religión y la educación armas eficaces de agresión cultural contra el pueblo de
Ceilán. Los británicos perfeccionaron este sistema. La iglesia y la escuela se
convirtieron en el centro de agresión cultural imperialista, al igual que las
plantaciones lo fueron de la agresión económica.
Los británicos reemplazaron
a los holandeses en Ceilán en 1776. La derrota de los holandeses se debió
principalmente al declive de su poderío naval en el Atlántico. Con la llegada
de los británicos, que fueron los primeros y únicos europeos que conquistaron la
totalidad de la isla, se inició un periodo en el que iban a producirse numerosos
cambios radicales en la economía y las instituciones de Ceilán.
Los primeros veinticinco
años de dominio británico de la isla, periodo en el que gobernaron sólo las
provincias marítimas que habían estado bajo control holandés, carecieron de
acontecimientos especialmente destacados. De 1796 a 1802, Ceilán fue administrado
por el gobierno de Madrás de la Compañía de las Indias Orientales. Fue en 1802 cuando
se convirtió en una colonia de la
Corona y comenzó a administrarse directamente desde
Inglaterra. Durante el primer año de gobierno británico, la tentativa de
modificar el sistema de recaudación de ingresos provocó graves disturbios. Como
consecuencia de ello, se volvió al antiguo sistema, tal como existía en tiempos
de los holandeses.
El gobierno británico estaba
demasiado preocupado en casa con las guerras napoleónicas en Europa como para
prestar mucha atención a la conquista de la totalidad de Ceilán. Sin embargo, los
gobernadores locales eran muy ambiciosos, y las rivalidades e intrigas prácticamente
continuas de los notables de Kandy contra su rey espolearon dichas ambiciones.
Coincidiendo prácticamente con
la llegada a Ceilán del primer gobernador británico, Frederic North, nombrado directamente
desde Inglaterra, se produjo el acceso al trono en 1797 del último rey de
Kandy, Sri Vikrama Rajasingha. Su nombramiento como rey fue obra del gran
Adigar, Pilimatalawa, quien se cree que también era su padre. Pero Rajasingha
no resultó ser un instrumento tan dócil en manos de Pilimatalawa, por lo que el
gran Adigar comenzó a intrigar con los británicos en contra del rey.
La que se conoce como
primera guerra de Kandy tuvo lugar en 1803, cuando el ejército británico marchó
sobre dicha ciudad, cuyos habitantes la habían evacuado, e instaló en el trono
al títere Muttu Swarny. No obstante, los británicos fueron incapaces de
mantener Kandy en su poder. Bloqueados por las defectuosas comunicaciones y
afectados gravemente por las enfermedades y el monzón, se vieron obligados a
retirarse. Los habitantes de Kandy comenzaron a emplear tácticas de guerrilla y
cortaron el paso al ejército británico el 24 de junio de 1803, pasándolo a
cuchillo a orillas del río Mahaveli. Fue casi una réplica del desastre que sufrió
Napoleón en su famosa marcha sobre Moscú.
Aunque los habitantes de Kandy
desbarataron este primer intento británico de subyugarlos, su suerte final iba
a decidirse en el seno de sus propias filas. En 1811, a Pilimatalawa, que
había pagado con su cabeza sus intrigas, le sucedió como gran Adigar Ehelepola.
Pronto siguió los pasos de su predecesor y entabló negociaciones desleales con
los británicos a través del funcionario inglés D’Oyly, que conocía bien el
cingalés. Cuando el rey tuvo sospechas de la traición, Ehelepola trató de
levantar al pueblo contra el rey en la región de Sabaragamuwa, pero fracasó. Acto
seguido, el 23 de mayo de 1814, se pasó al bando británico y, con su activa
contribución, éstos lanzaron la segunda guerra de Kandy, en la que dicho reino
fue conquistado.
Es decir, que la traición y
las disensiones internas desempeñaron el papel principal en la caída del reino
de Kandy en 1815. El 2 de marzo de ese mismo año, Brownrigg aceptó la capitulación
de los notables de Kandy en la
Sala de Audiencias del reino. Una semana más tarde se produjo
la firma de la farsa llamada “Convención de Kandy”. Los hay que aún ponen todo
su empeño en sostener que esta convención fue un acuerdo entre iguales por el que
los notables de Kandy transmitían la lealtad de Rajasingha al rey británico Jorge
III. Semejantes suposiciones no tienen ni pies ni cabeza. Fue un tratado
dictado por los conquistadores e impuesto por la fuerza a los conquistados.
No cabe duda de que el oportunista
artículo V de la convención, que declaraba que “el budismo y las escrituras
religiosas de los Devas eran inviolables y que la sangha, sus lugares de culto,
santuarios y ceremonias quedaban protegidos”, era un intento de apaciguar los ánimos
locales. Sin embargo, convertido en el blanco de los dardos de los misioneros
cristianos, la rebelión de 1818 terminó por dar a los británicos la excusa para
invalidar tal promesa.
No fue nada sorprendente que
el antiguo orden feudal de los reyes cingaleses se hundiera cuando hubo de
hacer frente al superior poder económico y de fuego de los conquistadores
británicos. El feudalismo opuso una débil resistencia, como en la primera y la segunda
guerras de Kandy. La suerte, no obstante, estaba echada de antemano. La
rebelión de 1817, conocida como el Levantamiento de Wellassa, encabezada por uno
de los notables que había firmado la Convención de 1815, Keppetipola, fue la última llamarada
de aquel fuego mortecino. La rebelión de Matale de 1848, asociada a los nombres
de Gongalagoda Banda (Peliyagoda David) y Purang Appu, ambos cingaleses de las
tierras bajas, fue, en comparación, poca cosa, ya que en su represión no perdió
la vida ningún británico. Hoy en día, se pretende pintar a Keppetipola como un
héroe nacional. Tal afirmación es difícil de sostener. Keppetipola no fue un
héroe nacional en el sentido en que lo entenderíamos hoy. No luchó en nombre del
pueblo cingalés contra los invasores extranjeros porque pensara que éstos habían
privado al pueblo de su preciada independencia. La idea de que el pueblo
pudiera tener algún tipo de derecho habría resultado extraña a los notables de
Kandy. Cuando Keppetipola se rebeló, lo hizo contra la usurpación británica de
los poderes tradicionales de los notables de Kandy. Keppetipola creyó que el
rey británico o su representante se limitaría a ocupar el lugar de Sri Vikrama
Rajasingha, en la confianza de que las demás circunstancias seguirían siendo
las de siempre.
En este aspecto, iban a
llevarse una desagradable sorpresa, pues los británicos siempre tuvieron la
intención de hacerse con el poder real. Sólo cuando fueron conscientes de ello,
se rebeló una parte de los notables que luchó por la restauración del viejo
orden feudal. La independencia del pueblo nunca entró en sus cálculos. Una vez
sofocada la revuelta, la clase feudal de Kandy se resignó y sometió a la
omnímoda dominación británica, a pesar de que aún se produjeron varios levantamientos
más de poca importancia. Muy pronto se convirtieron en activos colaboradores de
los conquistadores británicos y en opresores al alimón del pueblo. Fueron ellos
quienes proporcionaron la base social que garantizó la dominación extranjera, papel
que han desempeñado en todo momento a partir de entonces.
Esta actitud pasiva y servil
de los decadentes señores feudales de Kandy para con el imperialismo extranjero
ha perdurado hasta los tiempos modernos. Cuando Bandaranayake lanzó su cruzada
contra el Partido
Nacional Unido [UNP, en sus siglas en inglés] en 1951, no tuvo
el apoyo de ninguno de estos notables, ni por parte de su padre, ni por la de
su esposa. Por eso nunca confió en ellos y los mantuvo apartados cuando formó
su gobierno en 1956. Si algunos de ellos, más tarde, se subieron al carro de Bandaranayake
(después de 1959), fue porque se sintieron seguros de la continuidad del status
quo.
En un principio, los
británicos gobernaron Kandy como una provincia aparte, pero más tarde se
fusionó en una única administración con el resto de la isla. Una de las primeras
tareas de los británicos después de la conquista de Kandy fue unirla con
Colombo, Trincomalee y Kurunegala por medio de sendas militares, con lo que la
capital de las colinas –Kandy– perdió la preponderancia de que había disfrutado
gracias a las dificultades de acceso por la falta de buenos caminos. Éstos se
construyeron a base de trabajo obligatorio –“rajakariya” o trabajo al servicio
del rey–. Ceilán se había vuelto a unificar, esta vez al dictado de una
potencia extranjera de Europa.
Con la unificación de la
isla bajo el dominio británico, comenzó un nuevo capítulo de la historia de
Ceilán. Se produjo la introducción de un sistema económico colonial basado en las
plantaciones que condiciona hasta nuestros días el destino económico del país. Para
entender la naturaleza fundamental del cambio que tuvo lugar, es esencial trazar,
siquiera esbozándolos, los rasgos de la economía que prevaleció en el Ceilán gobernado
por los reyes cingaleses durante casi dos mil años.
El sistema económico
dominante en Ceilán antes de que la conquista europea acabara con él, se puede
describir como una economía natural feudal. Era una economía autosuficiente en
la que el dinero desempeñaba poco o ningún papel. Las gentes producían todo lo
que necesitaban e intercambiaban sus excedentes por bienes de los que carecían.
El comercio con el mundo exterior existía en productos como las gemas, las perlas
o las especias, que habían dado fama a Ceilán desde antaño.
Una notabilísima descripción
de este tipo de economía natural, tal como existía en el reino de Kandy,
aparece en el famoso libro sobre Ceilán de Robert Knox. Knox estuvo preso en el
reino de Kandy durante más de 19 años, entre 1660 y 1679, y escribió su libro tras
huir de la isla.
He aquí un extracto de dicho
libro: “Cualquier forma de dinero es aquí muy escasa y con frecuencia compran y
venden mediante el intercambio de mercancías. Entre ellos se produce un pequeño
tráfico comercial debido a la naturaleza de la isla, ya que lo que se da en una
parte del país, no crece en la otra. No obstante, tanto en una parte como en la
otra de estas tierras tienen lo suficiente para sustentarse, creo, sin la ayuda
de productos traídos de cualquier otro país, intercambiando unas mercancías por
otras y llevando lo que tienen a otras partes para abastecerse de lo que necesitan.”
Se trata de una perfecta descripción,
hecha por un testigo ocular, de lo que es una economía natural bajo el
feudalismo. No cabe duda de que, por sí solo, Ceilán habría evolucionado hacia
el capitalismo en su momento. Pero tal cosa no llegó a producirse. En lugar de
eso, la invasión imperialista extranjera redujo a añicos la economía feudal
atrasada y estancada que existía en la isla y estableció la nueva economía
colonial basada en las plantaciones. Se trataba básicamente de una economía
monetaria que no era, sin embargo, capitalismo en el estricto sentido de la
palabra. El desarrollo de un capitalismo local no hubiera redundado en
beneficio del imperialismo británico, que necesitaba un Ceilán productor de
materias primas y un mercado para sus productos manufacturados. En ese sentido,
el imperialismo británico desbarató, sistemáticamente, cualquier intento de
desarrollo capitalista. Lo que sí permitió y fomentó fue una economía colonial
que encauzara los enormes beneficios obtenidos de los recursos naturales de la
isla al enriquecimiento de la metrópolis.
Un resultado de la conquista
extranjera fue el abandono definitivo y la ruina del vasto sistema de
irrigación, orgullo de los reyes cingaleses y base de la prosperidad de la
civilización de Ceilán en su momento de mayor apogeo. Los embalses no se
volvieron a reparar, lo que los dañó irremediablemente, o bien fueron desecados
para hacer las nuevas carreteras, algunas de las cuales se construyeron sobre
los muros de contención de dichos embalses. Poco a poco, el bosque se los fue
comiendo, situación que se prolongó hasta su recuperación en el siglo XX. A
partir de la dominación holandesa se inició la importación del alimento de
primera necesidad de los cingaleses, el arroz.
Como ya se ha señalado, los
imperialistas británicos introdujeron la economía de plantación en Ceilán. El
cultivo del café ya había comenzado con los holandeses, pero su desarrollo agrícola
comercial empezó en época británica. Más tarde, el té ocupó el lugar del café debido
a una plaga que acabó con éste. También la plantación extensiva de caucho se
inició en este periodo.
Estas plantaciones necesitaban
grandes extensiones de tierra y una gran cantidad de mano de obra. ¿De dónde
las obtuvieron los británicos? Como en todos los casos de acumulación primitiva
de capital, en Ceilán también esta acumulación –en este caso en forma de tierra–
se llevó a cabo mediante el saqueo a gran escala, efectuado por medio del
Decreto de Baldíos[2] de
1897 y el Impuesto de Granos de 1878.
Antes de que los británicos
llegaran a Ceilán, los holandeses habían creado un sistema legal que se
aplicaba en las provincias marítimas en las que gobernaban. Quienes poseían
tierras disponían de una especie de título de propiedad que lo demostraba. No era
éste el caso en Kandy. Allí, toda la tierra pertenecía teóricamente al rey. A
través de sus nobles, el rey confiaba sus tierras a los campesinos. Esta
ocupación era estable y sólo podía enajenarse si el campesino perdía la
confianza del rey. En general, no obstante, la ocupación lo era a perpetuidad y
pasaba de generación en generación. La cosa estaba clara, pero no había títulos
de propiedad que lo demostraran.
Por medio del Decreto de
Baldíos, los británicos declararon la pertenencia a la Corona de todas las
tierras cuya propiedad no pudiera demostrarse. Aun cuando algunos campesinos pudieron
hacerlo respecto a los arrozales que cultivaban, no pudieron, sin embargo,
demostrar la propiedad ni de los bosques comunales ni de los pastos del común en
que pacían sus ganados, que constituían, asimismo, una parte considerable de la
economía de las aldeas sin la cual el cultivo de los arrozales era imposible.
Un gran número de campesinos se vio, pues, obligado a vender sus campos y emigrar.
Dichas tierras y los bosques fueron declarados propiedad de la Corona y
vendidos a plantadores británicos a precios increíblemente bajos, en ocasiones,
al parecer, a menos de cincuenta centavos por acre. Posteriormente, se permitió
también a los plantadores cingaleses comprar tierras de la Corona. Si aún
quedaban campesinos propietarios de tierras, el Impuesto de Granos se ocupó de ellos.
Dicho impuesto era singularmente inicuo pues gravaba en exclusiva al
campesinado, eximiendo a los terratenientes, a las tierras de los templos, etc.
Incapaz de hacer frente a esta onerosa gabela, un gran número de campesinos terminó
por vender sus tierras y marcharse. Muchos de ellos, según parece, murieron de
hambre.
De manera semejante, los
británicos expropiaron también las tierras de los templos por el Decreto nº 10
de 1856 de Registro de las Tierras de los Templos[3]. Los efectos de esta norma
también afectaron a los campesinos, ya que tales tierras siempre se les habían
concedido en usufructo. La declaración de ausencia de titularidad legal sobre
las tierras, que efectuaban los miembros de la llamada Comisión de Tierras,
nombrados para aplicar el mencionado decreto, significó la incautación por el
gobierno de miles de acres de tierras de los templos.
Es necesario señalar que en
la expropiación de las tierras de los habitantes de Kandy, los británicos contaron
con la ayuda de una parte de los notables feudales. En ese proceso, éstos apandaron
grandes extensiones de tierra. De hecho, éste es el origen de todos los actuales
grandes latifundios o nindagam. Y así, el gobernador Clifford pudo comentar
cínicamente: “Fueron sus propios paisanos quienes, en su mayor parte, llevaron
a cabo el trabajo especulativo de acaparar los títulos dudosos de los aldeanos.”
De este modo los conquistadores
británicos despojaron al campesinado de Kandy de sus tierras. Aunque dieran a
la operación una ficticia apariencia de legalidad, lo cierto es que no fue más
que un saqueo, lo cual conviene tener bien presente, porque los chovinistas
actuales, cuando recuerdan que a los campesinos de Kandy les robaron sus
tierras, tienden a olvidar quién se las robó. Es
más, tienden incluso a poner al inocente trabajador de las plantaciones de
origen indio –víctima él mismo de la explotación imperialista– en el lugar del
auténtico culpable, el imperialista británico, propietario aún de la mayor
parte de las tierras que robaron sus antepasados.
La expulsión de los campesinos
de Kandy de sus tierras es comparable a la de los campesinos ingleses por sus
señores feudales en vísperas de la Revolución Industrial, provocada por la
sustitución en el uso de la tierra del cultivo de trigo por el de la cría de
ganado ovino. Pero, mientras que la gran mayoría de los campesinos ingleses puso
rumbo a las ciudades recién creadas para trabajar en las fábricas que acababan
de surgir, convirtiéndose así en el proletariado, no fue esa la suerte que
deparó el destino a los campesinos desahuciados de Kandy. Los británicos no los
emplearon a gran escala en las plantaciones que inauguraban, probablemente por
dos razones: una era que, después de los levantamientos de 1818 y
1848, los británicos desconfiaban de los cingaleses. Y otra, que quizá
prefirieran la mano de obra inmigrante, de la que disponían en abundancia y
estaba presta a trabajar a lo largo todo el año.
Es decir, a los campesinos expulsados
de Kandy se les condenó a una muerte lenta, o, a lo sumo, a una existencia
miserable. Que ello fue así, queda confirmado por el informe de 1935 de la Comisión de Tierras en el
que se afirmaba que en Ceilán el campesinado estaba desapareciendo como clase.
Para detener dicho proceso, la comisión recomendaba paralizar las enajenaciones
de tierras de la Corona a manos de capitalistas privados o de grandes empresas
y que, a partir de entonces, estas tierras se entregasen sólo a campesinos. Así
fue como surgieron los planes de colonización de los años treinta. Fue ésta la política
agraria que siguieron todos los gobiernos hasta 1965, año en que el gobierno
del UNP dio marcha atrás y se reiniciaron las enajenaciones de tierras de la Corona
a capitalistas particulares y empresas.
¿De dónde sacaron los
plantadores británicos la fuerza de trabajo? Recurrieron a la India meridional,
cuya economía ya habían saqueado y donde había un gran número de desempleados.
Con ayuda de capataces indios o kanganis, embaucaron con falsas promesas a
trabajadores pobres a quienes luego esclavizaron en las plantaciones de Ceilán,
obligándoles a roturarlas primero y a trabajar en ellas después. Cientos de
ellos murieron a causa de los inhumanos métodos de transporte. Las condiciones
higiénicas en que se vieron obligados a vivir debieron de ser tan terribles,
que enfermedades como el cólera campaban a sus anchas. Las cosas debieron de
ponerse bastante feas porque el gobierno de la India hubo de intervenir y el
gobierno de Ceilán –ambos gobiernos eran británicos, aunque estaban separados–
tuvo que dictar una serie de normas mínimas para regular la vivienda, la salud,
la higiene y otros aspectos sobre las condiciones de vida de aquellos
trabajadores inmigrantes. Se trata de mantener vivos incluso a quienes se
explota de la manera más inmisericorde para poder seguir explotándolos.
Así, aconteció que los
imperialistas británicos, a mediados del siglo XIX, trasladaron a Ceilán a un
gran número de trabajadores inmigrantes indios a quienes arrojaron en la región
de Kandy, transmitiendo a la posteridad, de esa manera, un legado que continúa
envenenando la política cingalesa hasta nuestros días. Debe quedar claro, por
lo tanto, que fueron los imperialistas británicos los responsables de haber
llevado mano de obra inmigrante india a Ceilán. Además, ya desde la época de
las primeras instituciones representativas, como el Consejo de Estado, esta
política de importación de mano de obra inmigrante india para las plantaciones
recibió el apoyo de los políticos burgueses cingaleses. Cada año, el Consejo de
Estado aprobaba fondos con que financiar esta inmigración. Todos los dirigentes
burgueses, desde D. S. Senanayake hasta S. W. R. D. Bandaranayake, consintieron
en ello. ¡Hay que recordárselos a los modernos héroes antiindios!
Junto con los trabajadores
indios llegaron los comerciantes, los prestamistas y toda una cáfila de
parásitos que iban a explotar por igual a indios y cingaleses. Hay un refrán en
África que dice que dondequiera que fuera el imperialismo británico, llevaba
consigo un indio en el bolsillo, lo cual es totalmente cierto en el caso de
Ceilán. La rapacidad y la explotación inhumana de los comerciantes y
prestamistas indios se encuentran, en gran medida, en el origen de los
sentimientos antiindios que, por desgracia, algunos políticos intrigantes
supieron volver hábilmente contra los trabajadores de esa nacionalidad.
Estos antecedentes de lo que
ahora se llama el problema indo-cingalés, o el problema de la apatridia de
varios cientos de miles de trabajadores de origen indio, deben tenerse muy
presentes, si queremos contestar correctamente a la pregunta de ¿quiénes son
nuestros enemigos y quiénes nuestros amigos? Ora la ignorancia más absoluta,
ora la falta de una comprensión adecuada de estos antecedentes han permitido a
los reaccionarios, tanto extranjeros como locales, dividir las filas
revolucionarias en Ceilán gracias a una siniestra propaganda antiindia, así
como escindir a los trabajadores de las plantaciones de origen indio –que, por
cierto, constituyen un sector considerable de la clase obrera de Ceilán– del
resto de la población cingalesa.
Esta división ha costado muy
cara al movimiento revolucionario. Por ello es imprescindible señalar que tanto
los trabajadores de origen indio como los campesinos cingaleses son víctimas
del mismo imperialismo británico y, por tanto, constituyen aliados naturales y
no enemigos. Una solución duradera sólo puede proceder de un enfoque en esa
dirección.
Por lo tanto, como acabamos
de ver, la economía de plantación introducida por los británicos se desarrolló
sobre la base de la tierra (capital) robada a los campesinos de Kandy y la mano
de obra de los trabajadores inmigrantes indios. Toda la economía del país se
construyó alrededor del negocio del cultivo, tratamiento y exportación del té y
el caucho. El resto estaba supeditado a dicho negocio. Éste ha sido siempre el modelo
de explotación imperialista, ya que la casi total dependencia de la economía de
uno o dos productos agrícolas destinados a la exportación, la hace
extremadamente vulnerable a la presión imperialista. Los imperialistas son
capaces de manipular la economía a su antojo.
Así, se puede observar que
todos los bancos extranjeros que se establecieron en Ceilán lo hicieron para
financiar el sistema económico de las plantaciones con los beneficios previamente
obtenido de la explotación imperialista de Asia. Los nombres de algunos de los
bancos, como el del Hong Kong and Shanghai Bank Ltd., hasta parecen indicar el
lugar de origen de sus beneficios. Las empresas de ingeniería, como Walker
& Sons o Commercial Co., llegaron inicialmente en la isla para instalar y mantener
en buen estado la maquinaria necesaria para la producción de té y caucho. Una
vez en Ceilán, comenzaron a importar coches como actividad secundaria. Los
talleres de ingeniería se crearon para el mantenimiento y reparación de esos
coches.
Si uno se fija en las
carreteras o en las vías de ferrocarril, se dará cuenta de que las mejores son
las que llevan a las plantaciones, es decir, a Kandy, Nuwareliya y Badulla, y
el motivo es que por estas carreteras y vías se transportan las futuras exportaciones
de té y caucho a Colombo. La razón por la que se concedió tanta ayuda
extranjera a la expansión del puerto de Colombo fue que la producción de té en
los últimos tres o cuatro decenios se ha multiplicado por más de dos y hay que
embarcarla con destino al extranjero con toda prontitud.
Las plantaciones de té y
caucho, especialmente el té, produjeron enormes beneficios. Los colonos
británicos hicieron enormes fortunas. El capital original invertido se duplicó
varias veces en muchos casos. El té de Ceilán se hizo mundialmente famoso. De
hecho, Ceilán y el té llegaron a ser tan sinónimos, que hubo una época en que a
la isla se la llamó la plantación de té de Lipton.
Sin embargo, el
establecimiento de las plantaciones en la zona montañosa, donde el té crecía
mejor, tuvo repercusiones terribles para Ceilán, distintas de la explotación de
sus recursos en beneficio del conquistador extranjero. Uno de los actos de
mayor barbarie perpetrados por los británicos fue talar los bosques que adornaban
las cimas de nuestros montes, desbrozados para dar paso a las plantaciones de té.
Como sabe cualquier biólogo, estos árboles desempeñan una función muy útil. Enfrían
las nubes cargadas de agua y las transforman en lluvia. A su vez, las raíces de
los árboles impiden que el agua de lluvia se precipite de inmediato ladera
abajo. En lugar de ello, facilitan que se filtre a través del suelo y se
incorpore a los acuíferos permanentes.
La tala de árboles de los
bosques implicaba que a partir de entonces las aguas pudieran arrollarlo todo a
su paso. Más aún, como la tierra alrededor de los arbustos de té debía removerse
y airearse continuamente para fertilizarla, el agua de lluvia lavaba el
subsuelo blando, que es el parte más fértil del suelo, y lo precipitaba en los
ríos. No hay ningún río en Ceilán que no corra marrón o fangoso. Es éste el
problema que conocemos como “erosión del suelo”. Durante años, como consecuencia
de este proceso, el lecho de los ríos comenzó a elevarse. Al reducirse la
capacidad de su cauce, los ríos ya no podían contener el agua de lluvia de los
grandes chubascos y empezaron a producirse inundaciones. Inundaciones en una estación
y sequía en la otra: éste fue el resultado de la bárbara política británica de
talar los bosques de las cimas de nuestros montes. Incluso cuando en los años
treinta se sanearon los antiguos embalses destinados al riego, el agua que
acumulaban ya no era tanta como antaño, porque mucha de la que procedía de la lluvia
se perdía en riadas antes de llegar a ellos. De ese modo, los británicos
crearon el principal obstáculo para que Ceilán fuese autosuficiente en la
producción de alimentos. Hoy en día se estima que, con los medios de irrigación
necesarios para el cultivo en ambas estaciones del año de todas las tierras en
manos privadas, Ceilán podría alcanzar perfectamente la autosuficiencia
alimentaria.
Además de la intensa
explotación económica del país, los británicos recurrieron también a diversas
formas de agresión cultural contra el pueblo para consolidar su dominación
política. A este respecto, los holandeses ya habían sentado los cimientos con
la creación de escuelas y la promoción de las actividades de los misioneros.
Los británicos se basaron en lo previamente realizado por los holandeses.
Así pues, se dio inicio a
los planes de europeización de los nativos por medio de la lengua inglesa –el
conocimiento del inglés no sólo era importante, sino también rentable– y de la
religión cristiana. Los británicos necesitaban también un ejército de empleados
educados a la inglesa que sirvieran en los peldaños inferiores de la administración.
Dichos hombres salieron de las nuevas escuelas que se crearon. En dichas
escuelas, dirigidas, como en Inglaterra, por organizaciones misioneras, el
cristianismo y el inglés iban de la mano. Muy pronto se fundó una academia para
impartir educación superior a los “nativos”.
Los ingleses siempre fueron
muy perspicaces. Fueron probablemente la más sagaz de todas las potencias
imperialistas. Junto con el uso de la fuerza bruta, que emplearon siempre que lo
estimaron necesario, como en 1818, 1848 o 1915, también sabían dorar la píldora.
Utilizaron la educación, en especial la educación superior en las universidades
británicas, como instrumento de subversión cultural con el fin de producir una
tribu de ingleses atezados que remedara al amo en su lengua, vestido y
costumbres, y cuya única ambición fuera convertir Ceilán en un “pedacito de
Inglaterra”. Según parece, cuando el gobernador Maitland dejó Ceilán en 1811,
dos hijos del mudaliyar de Saram le acompañaron para
estudiar en universidades inglesas. Había comenzado la peregrinación.
Aquellos universitarios que volvían
de Inglaterra influyeron en la política cingalesa durante un periodo de tiempo considerable,
moldeándola con arreglo al modelo que habían conocido en dicho país. Su
influencia persiste hasta nuestros días. En gran medida, se trató de una mera
imitación servil y carente de imaginación de instituciones extrañas que era
imposible que prosperaran en el ámbito local. Así, se dieron estampas tan
grotescas como la de los jueces de la Corte Suprema con peluca, en un país como
Ceilán que tiene un clima cálido y tropical; o el intento de trasplantar el
sistema parlamentario inglés y la teoría de “un hombre, un voto” a una sociedad
rígidamente dividida sobre la base de las categorías de casta y raza.
Pero algo bueno tuvo también
todo ello y es que gracias a este intercambio se produjo, en el periodo
posterior a la I Guerra Mundial, la introducción en Ceilán de las semillas del
marxismo revolucionario. La educación superior en inglés significó asimismo que
los cingaleses, si bien en una reducida minoría, tuvieron acceso a partir de
entonces al conocimiento moderno y, en especial, al aprendizaje científico.
Era indefectible que frente
a esta veneración por todo lo inglés se produjera una reacción que, cuando de
hecho acaeció, adoptó la forma de movimiento por el renacer del budismo y la
glorificación del pasado remoto de los cingaleses. Este movimiento, que era una
pálida réplica del vigoroso renacimiento literario que había tenido lugar en la India (en particular en
Bengala), estuvo encabezado por hombres como Migettuwatte Gunananda Thero,
Anagarika Dharmapriya, Ananda Coomarasamy y Arumuga Navalar, quienes contaron
con la colaboración de teósofos extranjeros como Oldcott y Annie Besant. Aunque
no fue mucha la importancia de las actividades de estos hombres y mujeres, su obra
tuvo un contenido progresista, ya que cualquier forma de oposición a la
religión de los conquistadores había necesariamente de despertar sentimientos
antiimperialistas y nacionalistas.
En la medida en que los invasores
extranjeros habían llevado a cabo su política de agresión cultural sirviéndose
de la escuela y de la iglesia, los miembros del mencionado movimiento emplearon
los mismos medios para el contraataque. Se crearon instituciones como la Sociedad Teosófica
Budista y el Consejo Hindú de Educación, organizaciones que comenzaron a
competir con los misioneros cristianos, al establecer escuelas budistas e
hindúes donde se impartía una educación impregnada, inevitablemente, de un
nacionalismo que sentó las bases del antiimperialismo. Por lo tanto, se podría
decir que en el movimiento por el renacer del budismo y el hinduismo se
manifestaron los primeros anhelos antiimperialistas del pueblo y el deseo de
afirmar su orgullo nacional.
A la vez, o junto con dichas
organizaciones, surgió también el movimiento pro abstinencia alcohólica en
Ceilán, un movimiento que, a los ojos de los colonialistas,
tenía una orientación política antibritánica. El gobierno británico había
estableció el monopolio del comercio del arak; a su vez, con el fin de aumentar
sus ingresos, los británicos arrendaban el derecho de vender arak a todos
aquellos que pusieran una taberna en cualquier aldea, por pequeña que fuese, del
interior del país. La pretensión de los colonialistas parece que fue la misma
que buscaban con la introducción por la fuerza del opio en China. En todo caso,
algunos de los que hicieron fortunas con el arrendamiento del derecho de venta de
arak terminaron dirigiendo el movimiento pro abstinencia alcohólica, después de
haber reinvertido su capital en el negocio de las plantaciones. Algunos
de estos hombres constituyeron la cabeza visible de la burguesía de Ceilán en
el periodo posterior a la I Guerra Mundial.
Al mismo tiempo que los
británicos llevaban a cabo su política de agresión cultural, empleando para
ello la escuela y la iglesia, andaban también ocupados introduciendo reformas en
su política colonial, reformas cuyo objetivo era lograr la anuencia de los
esclavos con su esclavitud. Los británicos conocían el arte de la explotación
con refinamiento, a diferencia de los portugueses. Fueron ellos quienes comenzaron
a incorporar a los cingaleses a la tarea de asistirles en su administración de la
isla. ¡Se trataba de conservar el poder real en sus manos, ofreciendo a los “nativos”,
poco a poco, una falsa ilusión de poder! Para ello, los británicos presentaban reformas
de vez en cuando. Dicha práctica se inició con el establecimiento de un consejo
legislativo y un consejo ejecutivo sobre la base de las recomendaciones de la Comisión
Colebrooke-Cameron , cuyo informe se publicó en 1831-1832. En un
primer momento, la inclusión de miembros no oficiales, más tarde, la
introducción del principio de elección de los representantes, a continuación,
la mayoría no oficial, y así hasta llegar al sufragio universal y al sistema de
comité ejecutivo previsto en la Constitución Donoughmore… Éstos fueron algunos
de los trampantojos de poder que los británicos concedieron a los cingaleses,
mientras ellos se aferraban a las riendas de su supremacía, a saber, las
fuerzas armadas, la administración pública y la hacienda, salvaguardadas por el
poder de veto del gobernador británico.
Los británicos no tuvieron
dificultades para encontrar cingaleses capaces y dispuestos a jugar el juego de
acuerdo con las reglas británicas. Hombres como E. W. Perera, James Pieris,
Ponnampalam Ramanathan y Ponnampalam Arunachalam rogaron unas veces, exigieron
otras, reformas y más reformas. Enviaron peticiones frecuentes, fueron en sucesivas
delegaciones a Whitehall, fundaron asociaciones como la Liga Reformista y, finalmente,
crearon el Congreso Nacional Cingalés para mantener vivo su movimiento.
Todos eran hábiles reformistas
burgueses que querían una situación mejor para los cingaleses dentro del marco
existente. Jamás plantearon la cuestión de la independencia del imperialismo
británico. En este sentido, sería un error considerarlos como hombres que
lucharon por la libertad del país. Sus aspiraciones rara vez fueron más allá de
lo que afirmaba E. W. Perera en 1907 en sus Impresiones
del Ceilán del siglo XX: “Pueblo eminentemente leal, profundamente sensible
a los beneficios de la dominación británica, los cingaleses aspiran a gozar
plenamente de la ciudadanía británica. Una constitución más libre, obras para
la prevención de las inundaciones, la abolición del impuesto de capitación, la
colonización sistemática de las regiones donde se han recuperado los embalses
con gentes procedentes de los superpoblados distritos occidental y meridional, la
ampliación del voto a las personas educadas y una mayor participación de las
gentes del país en los escalones superiores de la administración pública, son
algunas de las reformas más esperadas, que con mayor urgencia se necesitan y
que, por sí solas, coronarán el espléndido edificio administrativo que un siglo
de hábil gobierno británico ha sabido erigir en Ceilán.”
E.W. Perera |
En contraste con el carácter
revolucionario del movimiento por la independencia nacional que se desarrolló
en el vecino continente indio, una particularidad del movimiento en Ceilán fue
su naturaleza totalmente reformista y limitada al estrecho horizonte de las peticiones
por escrito y el envío de delegaciones. Ni un solo dirigente burgués, de E. W. Perera
a D. S. Senanayake y S. W. R. D. Bandaranayake, exigió nunca la independencia
nacional. Fue el movimiento de izquierdas el que, por vez primera, clamó por la
independencia nacional de Ceilán.
La I Guerra Mundial tuvo muy
poca repercusión en Ceilán, más allá del revuelo causado por la noticia de la
llegada de la cañonera alemana Emden a
las costas de Ceilán. El acontecimiento más importante de ese periodo de la
historia de la isla fueron los trágicos disturbios raciales de 1915. La causa inmediata
de tales disturbios fueron ciertos resentimientos religiosos entre los budistas
y los llamados “moros de la costa” de la zona de Kandy-Gampola.
El enfrentamiento surgió a
raíz de la negativa de los moros a permitir que una procesión budista pasara
por delante de su mezquita. Los budistas invocaron los derechos que presuntamente
les otorgaba la Convención de Kandy. Paul E. Pieris, juez del distrito de
Kandy, apoyó la alegación de los budistas. Pero su decisión fue revocada por la
Corte Suprema, integrada por dos jueces ingleses. Así fue como se encendió la
mecha. Los altos funcionarios británicos en Ceilán sospecharon de la
participación de los recién aparecidos movimientos por el renacer del budismo y
por la abstinencia alcohólica, que se habían ganado la mala fama de antigubernamentales.
Se dejaron llevar por el pánico y recurrieron a las medidas más extremas. Los
británicos decretaron la ley marcial en todo el país durante tres meses y
utilizaron la fuerza bruta, en forma de soldados punjabíes, contra los
cingaleses. El número de muertos nunca se ha llegado a saber. Muchas personas,
asimismo, fueron condenadas a distintas penas de prisión.
El gobernador fue destituido.
Pero el sufrimiento de los cingaleses contribuyó a profundizar los sentimientos
antiimperialistas del pueblo, así como su odio hacia los gobernantes
extranjeros, lo que, a su vez, espoleó el movimiento por la reforma
constitucional. De hecho, los beneficiarios inmediatos fueron algunos de los dirigentes
encarcelados durante los disturbios. En menos de dos decenios, esos mismos
dirigentes se convirtieron en los líderes políticos de Ceilán, ¡y, por
supuesto, como leales servidores del mismo imperialismo que los habían enviado
a la cárcel!
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